“Aún me sigue ilusionando pitar alevines a las nueve de la mañana”
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Texto/ Llegó a acumular cerca de una centena de partidos en Primera en los años noventa, convirtiéndose en referente del arbitraje canario contemporáneo. Entre sus recuerdos destaca el clásico del 97, designación que reconoció su labor en la élite. Alejado del ruido del profesionalismo, Carmelo Rodríguez Martel (1958) sigue disfrutando del arbitraje una década después de su retirada.
Admite que lo del arbitraje no fue vocacional. «No había un vínculo, ni antecedentes familiares. Era una labor que no me gustaba nada». Incluso reconoce que era «muy crítico» con el gremio cuando, de adolescente, iba al Estadio Insular a animar a Las Palmas.
«Llegué al arbitraje de forma casual. Practicaba diferentes deportes y jugué al fútbol hasta infantiles. No sé si conmigo se cumple el tópico de que los árbitros son futbolistas frustrados, puesto que el entrenador no contaba conmigo y un día entré sin pasión al mundo del arbitraje en 1979. Ahora no puedo vivir sin dirigir un partido, por eso sigo arbitrando a niños años después de haberme retirado profesionalmente», afirma orgulloso Rodríguez Martel, que comparte todas sus experiencias en la élite del fútbol español con los clientes del restaurante La Costa, donde aún le recuerdan vestido de negro.
«Todo fue muy rápido. Hice un curso de tres meses de iniciación y poco después Merino González me dio la posibilidad de ir a la Península. Recuerdo que estaba en el Pepe Gonçalves arbitrando un partido como auxiliar de Regional y él me dijo al terminar que me sacara el certificado de residente para viajar a un partido de la Copa entre el Valladolid y el Osasuna». Su carrera como colegiado fue meteórica, logrando plaza fija en Primera División durante los años 90.
«A partir de aquel partido en el que asistí a Merino subí a Primera Regional, estuve dos años en Preferente, porque todos los años conseguí ser el número uno a nivel regional, hice cuatro años en Tercera, tres en Segunda B, un año en Segunda A y el ascenso a Primera. Es lo máximo, junto a la internacionalidad, a lo que puede aspirar un árbitro».
De aquella etapa en la élite nunca olvidará aquel partido del 10 de mayo del 97 en el Camp Nou en el que pitó un polémico penalti que decantó el partido. «Todo el mundo está atento a ti desde una semana antes, incluso los presidentes cuestionaron mi designación para el partido. Para cualquier árbitro suponía una presión tremenda arbitrar un Barcelona-Madrid, pero yo me lo planteé como un premio. Es un orgullo poder decir que dirigí un partido como ese. Pisar el campo con más de 100.000 personas es una sensación indescriptible. Me cambió la vida».
Eternamente agradecido. José Merino González fue el que le dio su primera oportunidad. «Me dio la alternativa y pude acompañarle en partidos muy importantes. Mi objetivo era llegar a ser como él, me sentía un privilegiado acompañándole en la banda como asistente. Creo que, por trayectoria y méritos, debió se internacional».
Partidos trascendentales. «Además del clásico, dirigí partidos complicados en los que había mucho en juego. Partidos por el descenso, o uno de ascenso de Segunda entre el Castellón y el Rayo. Uno de los jugadores más difíciles de arbitrar era Stoichkov, no podías perderlo de vista».
Nivel en Canarias. «Ahora es mucho más difícil llegar a la élite. El fútbol ha cambiado pero los árbitros siguen estando mal vistos. Creo que hay que dignificar la profesión. En Canarias el nivel siempre ha sido bueno, de ahí que tengamos con regularidad algún representante como ahora».
Nunca se retirará. «Aún me sigue ilusionando arbitrar partidos de alevines un sábado a las 9.00. Soy de los que creo que un árbitro también debe transmitir valores en el campo, por lo que es una profesión por la que me siento realizado. Nunca me retiraré, es más, en mi certificado de defunción dirá que me tienen que enterrar vestido de árbitro».
Fuente: Alberto Artiles Castellano (Canarias7)