El drama del penalti justo fallado en el último segundo
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Partido de promoción con el final más dramático posible entre Chacarita y Nueva Chicago. En juego, una plaza en la Primera B argentina. Se jugaba el último minuto del añadido cuando un disparo a puerta de los locales fue interceptado claramente con la mano por un defensa. Pese a estar ligeramente tapado, el árbitro Vigliano acertó y señaló el punto fatídico.
En España esta situación siempre recuerda al penalti de Djukic, aquel que de haberse convertido le hubiese dado la Liga del 94 al Deportivo de La Coruña. También un penalti que entró llorando entre las manos del portero mandó al Murcia a Segunda B hace dos temporadas. En ambos casos, el árbitro acertó y casi nadie se acordó de él.
Era un penal, a todo o nada. El gol significaba la permanencia de Chacarita. Los jugadores de Nuevo Chicago rodearon al árbitro. De nada valía que las manos fuesen claras. Las gente medio celebraba la salvación. Los visitantes se desesperaban. Pero un penalti no siempre es gol, aunque cada vez que nos tragamos uno los equipos den por supuesto que lo iban a transformar. El arquero de Chicago, Daniel Monllor, contuvo el remate de Toledo y desató el festejo y el drama: Chicago ascendió a la B Nacional; Chacarita descendió.
Siempre que esto sucede y todo el mundo compadece al jugador que ha tenido la valentía de lanzarlo, los árbitros nos hacemos la misma pregunta: ¿quién nos disculparía si los que nos equivocásemos fuésemos nosotros?. Es más, ¿quién se iba a creer que se tratase simplemente de un error humano?