Tecnología sin polémica: a propósito del Atlético– Rubin Kazan (por Rodríguez Ten)
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Cuando quien escribe comenzó a arbitrar, los partidos duraban 45 minutos muy justitos, y sólo por lesiones prolongadas se añadía uno, a lo sumo dos minutos de partido, y no siempre. No se informaba a nadie del tiempo a descontar y el árbitro era dueño y señor absoluto del tiempo, con un criterio enormemente restrictivo respecto de los descuentos. Muchos partidos internacionales finalizaban incluso antes de cumplirse el minuto 45, muestra palpable de que los árbitros ponían su cronómetro en movimiento antes de estar el balón en juego en el saque de salida y no descontaban ni un segundo. Pero ni uno.
Paulatinamente este criterio comenzó a cambiar. Se insistió en que había que descontar las incidencias acontecidas, como las pérdidas de tiempo para sustituir los balones (no había recogepelotas que los lanzaran), las lesiones, las sustituciones, etc. Y comenzó a ser habitual que la primera parte no durase los 45 minutos exactos, y la segunda 47-48 o incluso más.
Finalmente, el International Board impulsó los descuentos y se introdujo la directriz de los 30 segundos por sustitución y el minuto por atención a lesionado, más lo que hubiera acontecido con incidencia en el cronometraje. Los descuentos de tres a cinco minutos son habituales en las segundas partes, y nadie se escandaliza por adiciones superiores.
A dicho criterio se incorporó, para incrementar la seguridad jurídica de los participantes, el deber de comunicar el tiempo que se añadiría, difusión que se extendió a los espectadores y que se decidió se informara al cumplirse el minuto 45 mediante la pizarra electrónica o los carteles anunciadores de las sustituciones.
Este último elemento cuenta, sin embargo, con una singularidad que no por justa y lógica deja de ser problemática: si se producen nuevas incidencias generadoras de tiempo añadido durante los minutos de descuento anunciados, dicho tiempo se incorporará, pero no se anunciará.
Es decir, como hemos reiterado hasta la saciedad, que lo que se anuncia al término del periodo de juego es el tiempo mínimo que el árbitro se compromete a añadir, pero de ningún modo el tiempo máximo o exacto que se prolonga el juego. Y los participantes deben saberlo.
Hace pocos días, el entrenador del Atlético de Madrid ordenó a su guardameta subir a rematar un saque de esquina estando el tiempo vencido y en el último minuto del descuento anunciado, por ir el marcador 0-1. Dicha jugada se acuñó confiando en que tras el saque, se pitaría el final del partido, obviando la potestad del árbitro de aumentar la prolongación inicialmente acordada. Y como no lo hizo, el contragolpe supuso el 0-2. Simeone ha asumido su culpa, muy noblemente, y aquí no ha pasado nada. Recordamos una eliminatoria europea en que el árbitro pitó el final del partido cuando tres jugadores del Valencia encaraban el área contraria en solitario y un importante conflicto generado sobre el particular.
Lo cierto es que nos hemos perdido en discutir los problemas de implantar la tecnología en la adopción de decisiones valorativas sobre el juego, y nos estamos olvidando de las posibilidades que tiene en otros ámbitos.
La tecnología actual posibilita, sin gran coste, que el árbitro utilice para cronometrar el partido un dispositivo sincronizado con los videomarcadores, o con un reloj situado en la zona del cuarto árbitro, de modo que tanto los espectadores como los jugadores y los entrenadores puedan apreciar cuál es el tiempo real de partido que queda por disputarse, y cuándo el árbitro detiene realmente el reloj. Sin necesidad de anuncios por el cuarto árbitro. Sin polémicas. Sin problemas como el de esta semana.
Ahí dejo la idea.