El asesinato de Álvaro Ortega, 25 años después
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Del asesinato, aún sin esclarecer, de Álvaro Ortega, ya os hablamos en este reportaje de elaboración propia: El asesinato de Álvaro Ortega vuelve a ser noticia. El pasado 15 de noviembre se cumplieron 25 años de este crimen, que obligó a suspender el campeonato colombiano. El diario digital El Tiempo (eltiempo.com), a través de su periodista Estewil Quesada, ha repasado los hechos de aquellos días de 1989.
Nacido 32 años atrás en Robles, corregimiento de El Guamo (Bolívar) y economista a punto de graduarse en la Universidad Simón Bolívar, Álvaro Ortega era allegado a los periodistas deportivos de Barranquilla, quizás porque sus hermanos eran ciento por ciento deportivos en Cartagena, incluyendo un periodista, Hegel. Asistía casi todos los días al programa radial de Hugo Illera y visitaba las salas de redacción. Recuerdo que el 20 de diciembre de 1988 ofició como uno de mis fotógrafos en la graduación de Comunicador Social-Periodista.
Pero, ese martes 14 de noviembre, en vez de llamarlo, marqué al Diario del Caribe, donde también funcionaba la oficina de EL TIEMPO, y le informé el nacimiento a mi jefe inmediato, Wílder Molina, sin saber que Ortega Madero estaba sentado frente a su escritorio.
Al día siguiente, el miércoles 15, escuché a un prestigioso comentarista radial de Medellín calificar de ‘pillo y sinvergüenza’, con nombre propio, al árbitro Orlando Reyes (entonces se sorteaba la terna), que dirigió el partido terminado 0-0… Y creo que menos de una hora después, en el mismo dial, oí el extra noticioso de “acaban de matar a un árbitro de fútbol en Medellín”. De inmediato pensé que se trataba de quien completaba el trío: Jesús Díaz Palacio.
El barranquillero Díaz Palacio era en ese momento, a sus 38 años, el árbitro de fútbol más importante de Suramérica y uno de los estelares del mundo con escarapela Fifa. Pitó el Mundial de México 86, los Juegos Olímpicos de Seúl 88, Copas Libertadores de América y la final de la Copa América de 1989 en Brasil. Era una figura de tal dimensión que en los estadios de Colombia, al igual que a los jugadores, los aficionados solicitaban su autógrafo. (…)
Las palabras de Díaz Palacio pesaban y un año antes, tras el secuestro en Medellín del árbitro Armando Pérez (quien dijo que el mensaje de sus captores fue ‘El que pite mal, lo borramos’), los medios masivos de comunicación del país recogieron en titulares las declaraciones del barranquillero: “En Colombia solo falta que maten a un árbitro”.
Pero Díaz no pudo persuadir a Ortega, de 1,86 metros de estatura y hombre de temperamento fuerte, para no ir esa vez a Medellín. Ortega había pitado el 26 de octubre en Cali en el triunfo 3-2 de América sobre Medellín y anulado un gol al visitante cerca del final por jugada peligrosa (Díaz fue juez de línea), hecho que no cayó bien en la capital antioqueña.
Salieron a las 6:45 de la mañana de Barranquilla de ese miércoles 15 de noviembre. Se instalaron en la misma habitación de un hotel cercano al Nutibara, en el centro de Medellín, y fueron a comprar, en Almacén Éxito, los jeans para el negocio y la ropa para sus hijas (Mónica, de 5 años, y Ana Lorena, de 3).
Después de mediodía, Ortega recibió una llamada en la habitación que lo dejó preocupado. Díaz le preguntó, una y otra vez, qué pasaba, pero Álvaro no soltó palabra alguna. Solo le dijo que después del partido le contaría.
Ellos le pidieron a la patrulla que lo dejaran cerca del hotel para cenar, antes de las 11 de la noche. La señora que preparaba la comida en Dino se había ido y solo se tomaron una gaseosa cada uno, decidiendo caminar los pocos metros que los separaba a otro establecimiento, Sorpresa, de la misma calle donde también vendían alimentos. Entonces Jesús Díaz le preguntó sobre la llamada.
–‘Chucho’, lo que pasa…– dijo Ortega.
Justo, en ese momento, se escucharon el chillido de las llantas de un vehículo a sus espaldas. Cuando Díaz gira la cabeza a la izquierda, ve que del carro, a unos cinco metros, sale un tipo con una miniametralladora apuntando.
–Apártese, ‘Chucho’– dice el desconocido.
Álvaro sale corriendo y Díaz escucha un disparo. Ortega cayó a seis metros, herido en una pierna. El tipo pasó por encima de Díaz sin dejar de apuntar, agarró por el cuello a Ortega y le descargó nueve disparos. Luego se abrió. Díaz llegó donde Álvaro y trató de pararlo.
–Estoy herido. ‘Chucho’, coge a ese h. p.
Díaz se abalanza sobre el carro, por el lado del conductor. Con una mano se agarra y con otra golpea. El asesino, dentro del vehículo, no le deja de apuntar a la cabeza.
–Tranquilo, ‘Chucho’, que eso no es con usted– dice el conductor.
Díaz responde con ofensas, pero el conductor, con el carro en movimiento, le suelta la mano y cae. El carro desaparece.
Díaz se levanta y carga a Álvaro. Nadie lo quiere llevar. Hasta que se atraviesa en la mitad de la calle y con la ayuda de un indigente, que luego le robó la cartera de Ortega, lo sube al vehículo y lo lleva a la Clínica Soma, a pocas cuadras. Unos minutos más tarde, el médico le comunica que su amigo murió.
Díaz pidió un teléfono y llamó a su madre, Francisca, para tranquilizarla. Quería salir de Medellín con el cadáver de Álvaro, pero sabe que el trámite es lento y el vuelo de SAM, de regreso a Barranquilla, parte a las 8:20 de la mañana.
Aún aturdido, recuerda que alguna vez le dijo al alcalde de la ciudad, Juan Gómez Martínez, ‘bienvenido a mi oficina’, en un saque de honor. Y el mandatario le respondió que a la orden por la Alcaldía. Le pidió al Comandante de la Policía que le comunicara con el Alcalde y el mandatario agilizó el procedimiento. Cuando Díaz pudo hablar con la prensa, solo dijo: “Hoy no han matado a un árbitro, sino a dos”, y se fue del fútbol.
Jesús Díaz Giovannetti (el Palacio, con el que lo bautizaron, es el apellido materno de su madre y por eso cambió) se frota los ojos húmedos en el patio de su casa la noche del jueves de la semana pasada. A los 63 años le cuesta hablar sobre el tema. Dice que ha hecho una excepción. La muerte de Ortega lo enfermó, especialmente de los nervios y del estómago, y necesitó ayuda psicológica (…) Cada 15 de noviembre es un día triste para él. Por lo general, visita la tumba de Álvaro, en Jardines del Recuerdo.
Cuando trabajaba en Procaps, llamaba a su jefe y le pedía permiso para tomarse el día de descanso. Su cabeza no daba. Peor es ahora que se acerca la Navidad y Barranquilla se inunda de pólvora. Entonces se encierra en casa. Desea evitar el ruido de los tiros como aquella noche de hace 25 años.
El proceso por su muerte ya prescribió
En una caja marcada con el número 231 de la sede de la Fiscalía en Itagüí reposa el proceso por el asesinato del árbitro de fútbol Álvaro Ortega Madero, ocurrido el 15 de noviembre de 1989.
Tras su muerte se escucharon versiones sobre la supuesta responsabilidad de apostadores como determinadores del asesinato y también se escucharon señalamientos contra el capo del narcotráfico Pablo Escobar. Sin embargo, fuentes de la Fiscalía señalaron que la investigación no avanzó y no se lograron capturas por el homicidio.
Hace tres años cuando el proceso ya estaba cerrado, se conoció una versión del sicario John Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, quien señaló que Pablo Escobar había ordenado el crimen luego de que el árbitro pitó un partido entre América y Medellín, cuyo resultado disgustó al capo.
El torneo de 1989 pasó a la historia por ser el único que terminó sin campeón en el fútbol colombiano. Ocho días después del asesinato de Ortega, el 22 de noviembre, la asamblea de Dimayor decidió cancelar el campeonato “por unanimidad”.
Podéis leer el texto completo en este enlace: eltiempo.com