Historias Arbitrales de los Mundiales (2): Tres árbitros bajo sospecha para hacer feliz a Mussolini
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Si hubo algún Mundial que ha quedado ensombrecido por las sospechas de las intromisiones políticas en el juego, ese no es otro que Italia 34. Fue un acontecimiento hecho por y para Il Duce, Benito Mussolini. Él personalmente presionó para que le fuese concedido el evento y forzó una misteriosa retirada de Suecia en la carrera por ser anfitrión. A partir de ese momento, dicen que su mano movió todos los hilos, incluso el de los árbitros. Tres quedaron bajo sospecha: Louis Baert, René Mercet e Iván Eklind.
El belga Louis Baert (1903-1969) fue el encargado de dirigir el primer enfrentamiento de cuartos de final entre Italia y España, el día en el que se consagró una leyenda: Ricardo Zamora, el Divino. El guardameta lo paró todo aquel día, hasta que el italiano Schiavo lo derribó de forma clara, según las crónicas, y propició el tanto del empate de Ferrari. Baert inicialmente señaló falta, pero no pudo con la presión italiana y, después de consultar con el juez de línea, acabó dando validez al gol. Para enfado de los españoles, la señalización de un fuera de juego les impidió deshacer el empate
Por aquel entonces no había ni prórroga ni penaltis y no quedaba otra solución que repetir el partido. Fue entonces cuando entró en escena el suizo Rene Mercet (1898-1961), quien dirigió el segundo round de este enfrentamiento. Los españoles llegaron con siete bajas, fruto de la extrema dureza del encuentro anterior. Entre ellas, la de Zamora, aunque algunas fuentes atribuyen su ausencia a un modo de protesta por el arbitraje de Baert. Nogués, el meta reserva fue arrollado por Meazza en el gol que le dio la victoria a los anfitriones. Una vez más, la dureza local fue protagonista y los españoles se quejaron de dos goles anulados a Regueiro y Quincoces. Toda la prensa, menos la italiana, fue unánime. El semanario alemán Fussball señaló que Mercet “no había tenido valor” y el periódico suizo Basler Nationalzeitung afirmó que su ciudadano “había favorecido a Italia de la forma más vergonzante”. Incluso el árbitro belga Langenus, que seguía los partidos como enviado especial, calificó a España de “verdadero campeona”. “Es normal que quieran ganar, lo peor es que no traten de impedir que se viese tan claramente”.
Así se plantaron los transalpinos en semifinales, donde les esperaba Austria y un árbitro sueco, Iván Eklind (1905-1981), que la noche anterior había acudido a cenar con Mussolini. El partido se decide, según los austriacos, con su portero empujado hacia la meta cuando ya tenía el balón a las manos lo que por repetida ya parecía ser una jugada ensayada. El austriaco Bican sostuvo que sólo podía haber un resultado y que incluso Eklind jugó literalmente con los italianos cuando un pase austriaco que fue interceptado por el pie del sueco.
Así llegó el gran día soñado para Mussolini: la gran final contra Checoslovaquia. Con el estadio del Partido Nacional Fascista de Roma lleno, emergió cual César la figura de Il Duce, al que sus gladiadores saludaron a mano alzada. En los prolegómenos, el único invitado a subir al palco de honor a saludar al presidente italiano fue el árbitro, que no era otro que… ¡Iván Eklind! Ni el lío de las semifinales, ni su juventud (sólo tenía 28 años) habían sido impedimento para su designación, la cual dicen que fue ordenada por Mussolini. Presenciando la escena, el goleador checo Nejedly lo resumió claramente: “Es imposible que este hombre sea imparcial”. En la banda, el belga Baert, el del primer partido contra España. Pese a todo, el 0-0 del descanso inquietaba a las autoridades que no dudaron en mandarle un mensaje manuscrito al seleccionador italiano, Victorio Pozzo: “Es usted en el responsable del éxito, pero que Dios le ayude si llega a fracasar”. En la segunda parte, y pese a que los checoslovacos se adelantan en el marcador, los anfitriones acaban venciendo 2-1. En la mente de los subcampeones quedó el recuerdo de un arbitraje parcial, que permitió todo tipo de violencia italiana y que les escatimó un claro penalti.
Italia festejó durante días el título, que se convirtió en un acto de propaganda del régimen. Pedro Escartín lo resumió así: “Hubo una clara influencia política en el Mundial. A España le limpiaron los dos partidos con arbitrajes parciales”. Mercet fue sancionado a perpetuidad por la Federación Suiza. En cambio Baert, que a su retirada sería dirigente del fútbol belga, repitió cita mundialista en el 38 dirigiendo el Francia-Italia con victoria una vez más para la azzurra. En ese partido actuó de juez de línea, curiosidades del destino, Eklind, que fue de los tres el que más recorrido tuvo ya que alcanzó su tercer Mundial en Brasil 50, dieciséis años después de aquel Mundial lleno de sospechas y propaganda fascista. El Mundial que la FIFA no organizó, según reconoció su alma mater Jules Rimet.